miércoles, 18 de febrero de 2015

A deshoras

Cuando llego a casa después de trabajar suele recibirme, nada más abrir la puerta, una avalancha de gatos hambrientos que maúllan como posesos como si no hubiesen comido en semanas. Ayer cuando llegué había silencio... ¿por qué? Pues porque me olvidé de guardar el bote del pienso en el cajón y me lo dejé sobre el mueble de la entrada. Consecuencia:


Se habían pasado la tarde poniéndose morados, con lo que no tenían ganas ni de cenar... y estaban los tíos tan panchos y relajados haciendo la digestión.

En mi casa se come cuando yo estoy, porque Apolo solo puede comer comida húmeda y si dejo los cuencos con pienso él arrasa. Y por esa razón a veces creo que lo de comer a demanda se me ha ido un poco de las manos. Me explico: en mi casa, como en las bodas...

Primero se cena:

¡¡¡Y luego se recena!!!


A las 23:30 toca cena húmeda, tras la cual dejo preparados los platitos con pienso para levantarme a las... ¡¡¡4 de la mañana!!! Me pregunto cómo he llegado a tal nivel de esclavitud... Todo empezó levantándome a eso de las 7 am cuando en realidad hasta las 8 no suena el despertador. Aquello me molestaba infinito, pero lo sobrellevaba. Después Apolo empezó a despertarme a las 5, pero yo me hacía fuerte hasta las 6 o 6 y media. Ahora procuro aguantar hasta las 4, pero es que anoche eran las 3 y ya me estaba dando la brasa... ¡¡¡las 3!!! Así que por primera vez en mi vida cerré la puerta de la habitación y hasta las 4 y media no me levanté sobresaltada por las embestidas...

Los muy puñeteros han depurado su técnica con los años: se pasean sobre mi estómago, me pisan el pelo, me rozan con los bigotillos, me maúllan al oído... A veces los mataría, pero es que son tan adorables...

Apolo en modo niña del exorcista, andando por la pared...